lunes, 10 de mayo de 2010


LA PIEDRA DE AYARZA

El primer informe que se tiene de la existencia del sitio La Piedra de Ayarza, corresponde a Edith Ricketson quien lo visito en 1936, aun cuando se tenía conocimiento de su existencia desde el año 1915.

Las pinturas, trece en total, algunas de ellas casi imperceptibles, se encuentran ubicadas en las paredes de un abrigo rocoso no muy pronunciado, el cual se localiza en la rivera de la Laguna de Ayarza, Departamento de Santa Rosa. Guatemala. Su ubicación se caracteriza por la recurrente dualidad de pictograma y cuerpo de agua. La laguna de Ayarza no es más que una caldera de un antiguo volcán extinto.

En el momento de nuestra visita se pudo observar que el mismo responde a un lugar de culto vivo, el cual ha venido siendo motivo de veneración desde tiempos inmemoriales. Al pie de las pinturas se encuentran evidencias de una fogata, envoltorios de copal, residuos de cera de velas de diferentes colores y corcholatas de envases de licor, todos ellos elementos propios de las ceremonias realizadas por los sacerdotes “mayas” contemporáneos.

Más de un pictograma sobresale por su policromía, caso no muy frecuente en el arte rupestre de Guatemala. Dentro de la misma galería puede apreciarse un personaje enmascarado, con las manos enguantadas y ricamente ataviado al estilo mexicano, propio del periodo postclásico. Simultáneamente, se aprecian una serie de círculos concéntricos de doble línea con un punto al centro.

Este elemento aparenta tener una connotación especial, pues de cierta manera pareciera ser el motivo sincrético de todo el sitio, dado el caso que lo podemos encontrar tanto sobre la cabeza del personaje anteriormente referido, así como sobre un zoomorfo sobrenatural indefinible por el estado de erosión en que se encuentra.

Como caso excepcional, es la representación de un pato, que en un principio pareciera ser solamente un circulo, el cual al momento de realizar el pictograma se aprovechó la exfoliación de la roca para definir la cabeza, el pico y ojo negro, el cual fue complementado con un círculo doble de color rojo, manteniendo la constante del punto al centro, habiéndole finalmente agregado las dos patas. Este zoomorfo en particular patentiza el buen sentido de la pintura rupestre como verdadero arte prehispánico

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